La parte final de la obra posee gran relevancia dentro de la misma ya que le dota de la singularidad gracias a la cual destaca dentro de la doctrina romántica. Bien es verdad que cumple con las principales características de dicho movimiento literario; podemos observar, entre ellas, el ambiente lúgubre del cementerio en el que se desarrolla la acción, la alternancia de realidad y fantasía cuando Don Juan dialoga con los espectros, el alejamiento temporal hacia una época renacentista y la exaltación del subjetivismo y de los sentimientos, principalmente el amor.
No obstante, es destacable la enorme carga religiosa de esta parte final. El drama interior que sufre el protagonista se va
desarrollando a medida que transcurre la obra, haciéndonos testigos del
enorme cambio de actitud.
A pesar de que la acción se localice en un tiempo lejano, se
sitúa en Sevilla, incorporando a su vez lugares costumbristas como tabernas y
casas, lo que contribuye a un acercamiento con el lector. No obstante, la obra
no carece del gusto por lo lejano, lo abstracto y lo desconocido, propio del
drama romántico. Va elaborando, así, un juego de acercamiento y alejamiento de
la realidad donde los paisajes son los que nos introducen en el mundo mutable
en el que vive Don Juan, en su psique. De esta manera, podemos adentrarnos más
en el frenesí de contradicciones que invaden el pensamiento del protagonista,
quien al principio defendía su propia ley a expensas de otra ley divina
superior, pero ha ido tornando en la parte segunda de la obra cuando comienza a
dudar de sus creencias (“Que se aniquila el alma con el cuerpo cuando muere
creí… mas hoy mi corazón vacila”), hasta que finalmente va cediendo a la fe,
primero arrepintiéndose de sus actos y más tarde pidiendo piedad y confesándose
como creyente (“yo, santo Dios, creo en ti; si es mi maldad inaudita, tu piedad
es infinita… ¡Señor, ten piedad de mí!”).
Cabe decir que ese cambio de actitud es promovido también
por la presión que ejerce el paso fugaz del tiempo; se retoma la idea clásica del “tempos fugit” a través de imágenes como la del reloj de arena o la visión
fantástica del entierro del propio protagonista. Esto provoca la desesperación del personaje, que lo refleja
en varias intervenciones: “¡Injusto Dios! Tu poder, me haces
ahora conocer, cuando tiempo no me das.”, “¡Imposible! ¡En un momento borrar
treinta años malditos de crímenes y delitos!”. Infiere, pues, este hecho en su carácter altivo y valeroso,
que se ve afectado hasta el punto de que el miedo se apodera de él cuando es
consciente del incierto destino que le aguarda.
Por otro lado, destaca que en este mundo antitético también
tiene cabida la representación de la lucha del bien y el mal; se hace
metafóricamente mediante la lucha de espectros, cuyas manos se pelean por
llevar a don Juan hacia el infierno o el cielo.
Esta dualidad ante la que nos hallamos donde se entremezcla
sueño y realidad, sentimiento y verdad, tiene sus precedentes en obras como La vida es sueño, con cuyo protagonista
posee don Juan gran parecido. También el drama trágico lo comparte con obras
anteriores como La Celestina o Romeo y Julieta. No obstante, lo que
realmente hace peculiar a esta obra es el cambio de actitud del protagonista al
que, a mi parecer, además del vehemente amor de doña Inés, lo ha salvado esa esperanza
final que aguarda a la mayoría de seres humanos cuando están en el abismo
mortuorio, ese anhelo por querer creer en algo antes de morir para contentarse
y aliviarse.
Alba González González
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