Don Juan: del mito al hombre.
No podemos obviar que el ente literario arquetípico del ‘Don Juan’ es de los más acertados para reflejar, cayendo en la generalización, al hombre español por antonomasia. Aunque es difícil discernir hasta qué punto la creación e invención de este personaje influyó en la tendencia del “donjuanismo” en el hombre español, o si realmente su creador, Tirso de Molina, se inspiró en la idiosincrasia e índole innata de este y la plasmó dejándola patente y haciéndola eterna y atemporal.
Algunos historiadores de la talla de Gregorio
Marañón atisbaban la existencia real de Don Juan Tenorio. En cuanto al ámbito
literario, el nacimiento del personaje se data en 1630, en la obra del ya
mencionado Tirso de Molina El burlador de
Sevilla y convidado de piedra. Posteriormente, muchos han sido los autores,
de la dimensión de Byron o Moliere, que han llevado al Don Juan a sus páginas,
traspasando fronteras, y barreras ideológicas y temporales sobre las que
hablaremos ahora.

La trama de
Zorrilla está enmarcada en una Sevilla en tiempos de carnaval; quizás este
marco temporal encarne los dos extremos que se enfrentan en la obra: el
carnaval, fiesta originariamente pagana, en la que lo moral y lo social se
reducían al libertinaje (representado por Don Juan), y la cuaresma, el tiempo
de purificación del espíritu hasta la llegada de la semana santa (representado
por Doña Inés). Del amor que profesa Don Juan por Doña Inés nace el afán de
salvación del personaje, y el arrepentimiento por las inmoralidades cometidas
en su vida anteriormente.
Por lo tanto, la salvación del alma de Don Juan viene
de manos del amor, todo ello regado con la religiosidad procedente de la pluma del
autor, porque a pesar de ser romántico, Zorrilla era un hombre creyente que
salvó al protagonista de las sombras arrastrado por la luz celestial de la
inocente y pura Doña Inés.
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