jueves, 29 de mayo de 2014

I Congreso Internacional Liberal: La represión absolutista y el exilio.

En la segunda sesión de comunicaciones del pasado martes 6 de mayo se hizo un recorrido por las experiencias vividas por varios personajes públicos del siglo XIX.
Tras la vuelta a España de Fernando VII y la derogación de la Constitución de 1812, numerosas figuras públicas, cuya ideología se acercaba a la que defendía dicha constitución, se vieron coaccionados por el Nuevo Régimen Absolutista impuesto por el monarca y fueron víctimas de persecuciones, condenas y, en muchos casos, se vieron obligados a exiliarse para salvar sus vidas.

En primer lugar, Alejandro Pérez habló de la pena de muerte de Bartolomé José Gallardo en 1814, representante de Andalucía en las Cortes, encabezó la lista de liberales perseguidos y huyó a Madrid, posteriormente a Portugal y, finalmente, se exilió a Inglaterra. En las declaraciones de Molle contra los liberales se acusó a Gallardo de fracción antidemocrática contre el altar, de colaborar con los franceses.
Afortunadamente, el 22 de diciembre de 1815 Fernando VII, debido a la influencia de Inglaterra, conmutó la pena de Gallardo.
En 1820 durante un discurso en Londres, Gallardo hizo un escueto comentario sobre el tema.

Julián Recuenco informó sobre la vida de Nicolás García Page, diputado liberal entre 1813 y 1814, defensor del progreso y la libertad. Estuvo en el convento- prisión La Salceda; durante su persecución, las tropas absolutistas fueron a detenerlo a su casa (no estaba allí) y lo sellaron todo para preservar la información. Tras la muerte de Fernando VII pudo regresar a España del exilio.
Joaquín Lorenzo Villanueva realizó escritos sobre la vida de García Page.


La tercera intervención fue la de Felipe Rodríguez, que habló sobre el impresor liberal Miguel Domingo. Debido a su participación en periódicos liberales como La antorcha, Diario mercantil, Imparcial, La aurora, etc. sufrió junto con su familia la persecución estatal. Estuvo en cautiverio desde septiembre de 1814 hasta abril de 1815 en Palma. Fue exiliado a los 48 años.
Un folleto anónimo de 1821 nos da información sobre el caso.

En cuarto lugar, Alberto Romero hizo una comparación entre la vida de dos escritores exiliados: Martínez de la Rosa y José Joaquín de Mora, cuyas obras son reflejo de sus experiencias vitales.
La rebelión de los moriscos de Martínez de la Rosa propone elaborar un concepto europeo moderno sobre la nación basándose en la subjetividad fronteriza de la época de la España musulmana. Al estar exiliado en París, dicha obra fue estrenada allí, donde tuvo bastante éxito. En ella expone una visión romántica y pintoresca, hace crítica pero huye de posturas radicales; se trata de un planto por el abandono de la tierra y la nostalgia que ello provoca.
José Joaquín Mora publicó Leyendas españolas en 1840 donde exhibe una visión pasado muy radical y negativa, y lo compara la España fernandina, dando una perspectiva terrorífica de la monarquía.

Ambos escritores comparten el imaginario hispánico de los exiliados, la visión de España desde fuera, no obstante, lo hacen desde las dos distintas caras de la moneda, la del éxito y la de la incomprensión.

Por último, José Saldaña disertó sobre la Guerra de la Independencia en el Suroeste, concretamente en Huelva; comentó el enriquecimiento de municipios onubenses durante el proceso de Restauración absolutista, la importancia de las casas señoriales y el restablecimiento de alcaldías. Fue determinante la nueva realidad social, política y laboral, la presión ejercida por la violencia de entonces y el papel de las élites locales.


Personalmente, los casos que más suscitaron mi interés fueron los de los escritores exiliados Martínez de la Rosa y José Joaquín de Mora. No obstante, el acto completo fue muy instructivo, nos ayuda a empatizar con el pensamiento de la época y, de esta manera, a comprender mejor cómo esas circunstancias del pasado nos han llevado a ser lo que somos en el presente.

Alba González González

martes, 27 de mayo de 2014

Reflexión sobre el Romanticismo

Podemos definir el cuento romántico como un relato en el que normalmente es un  narrador omnisciente, en tercera persona, -aunque también protagonista, como en Los bandoleros de Andalucía-;  quien relata una serie de escenas sucesivas cronológicas que tienen importante carga gramática y diálogos en estilo directo. Tratan diversos temas, destacando el cuento histórico, también de amor, humorísticos, morales, fantásticos y de aventuras.

El cuento antes mencionado, los bandoleros de Andalucía, es un cuento de aventuras que trata el tema del héroe distinto. Los autores románticos tienen fascinación por los personajes que se apartan de la sociedad, los marginados, por lo que este cuento plasma esa idea perfectamente. 
José María es el capitán de unos bandoleros que se dedican a asaltar a los viajeros. El narrador protagonista, nos cuenta lo que le ocurrió cuando estos bandoleros lo asaltaron a él y a sus familiares, y cuando a su sorpresa, fue el capitán de esta banda – a quien creían desaparecido- el que los salvó de las manos crueles de sus propios hombres.

—¿Es esto lo que yo te encargué? —le dijo temblando de

cólera—. La partida de José María no viola mujeres ni maltrata
a los hombres. Si nos hemos echado al camino ha sido
para vivir, pero no para hacer daño. [...]
—Vamos —continuó—, todo el mundo va a devolver lo
que ha tomado. Quien oculte una cinta siquiera se las habrá
conmigo. ¡A llenar pronto los baúles! [...]
Pido a ustedes mil perdones por la conducta de esta gente.
Siempre se han portado bien estos muchachos, pero ese infame
—añadió señalando al cadáver del Luque— los perdía.

La sociedad del romanticismo es un mundo imperfecto, con potencias y nacionalismos. Con la modernización quedan al margen muchos excluidos. El hombre romántico no se siente a gusto en este mundo, es una persona insatisfecha, incómoda. Autores como Víctor Hugo o Espronceda, defienden la libertad del individuo y la exaltación de los marginados que son víctimas de la sociedad. Así pues, encontramos en este cuento esa representación del marginado pero además, éste es un bandido generoso, con una moralidad personal e independiente que se aparta de los bandidos comunes. Podemos compararlo con el de la Canción del pirata, de Espronceda, donde se exalta la personalidad de un pirata que vive al margen de la sociedad y que busca su ideal de libertad.

Es característico de la literatura del romanticismo la representación total de la realidad puesto que los autores tienen libertad creadora, son genios creadores cuyo único fin es ser fiel a la naturaleza, tanto a lo sublime como a lo grotesco, así lo observamos en este cuento, donde está representado lo más vil de la sociedad y a la vez la bondad y la generosidad.

Los autores románticos también publican cuentos en verso, fundamentados en la leyenda.
El estudiante de Salamanca, era en la época un tipo más de cuento. Se publica de forma fragmentaria en varios periódicos desde 1836-1839. Este cuento legendario en verso está fundamentado en la leyenda del estudiante Lisardo.

Esta obra se desarrolla en un ambiente característico del romanticismo; lúgubre, fantasmal, como podemos observar en la descripción de los primeros versos “los vivos muertos aparecen” “se escuchan tácitas pisadas huecas y pavorosas fantasmas entre las densas tinieblas vagan” y en la última parte de la obra donde Don Félix es conducido al inframundo donde todo cobra tono fantasmagórico en un ambiente tenebroso y sobrenatural.

Es común en las obras románticas el tema amoroso relacionado con el honor y la venganza por recuperar el honor perdido, puesto que Félix de Montemar, como buen burlador de mujeres que es, altanero, cruel y osado, enamora a Elvira y tras conseguirla la abandona, muriendo ésta de dolor por lo que su hermano la quiere vengar y se reta con Félix. Finalmente ambos mueren (como en Don Juan Tenorio).

Por último, como se dijo antes, el autor romántico tiene el único fin de ser fiel a la naturaleza, por lo que no sigue normas estilísticas, usando Espronceda todo tipo de estrofas y versos.


Rosa Santiago Salmerón

lunes, 26 de mayo de 2014

Sobre el romanticismo existente en El estudiante de Salamanca y "La peña de los enamorados"

Poniendo nuestra atención en una composición romántica culmen de la literatura española como lo es El estudiante de Salamanca del pacense José de Espronceda, nos encontramos con la corriente heredera del famoso mito del donjuanismo.  De este modo, se nos presenta como un poema narrativo con rasgos teatrales que incluye los precedentes prototípicos del susodicho  mito, es decir, un protagonista donjuanesco, que en esta ocasión se llama Félix de Montemar; una protagonista que muere de amor, Elvira; el asistimiento al propio funeral, así como la procesión de ánimas y espectros que atestiguan los últimos momentos del burlador.

Por tanto, vemos que se trata de una composición que se enmarca dentro del movimiento romántico y, por ello, recoge los caracteres propios de esta corriente literaria. Entre ellos, destacamos la importancia del amor trágico, amor que en este caso solo se encarna en la figura de Elvira, la cual ha sido engatusada y engañada por Montemar, llegando a caer prendada, siendo posteriormente abandonada y, finalmente, muriendo a la merced de sus sentimientos. Se trata pues de un amor trágico que esta vez no se llega a realizar a causa de la intervención de las normas sociales o del destino desgraciado, sino por la propia trama donjuanesca: Félix de Montemar conquista a Elvira con el único propósito de satisfacer sus necesidades carnales que nada tienen que ver con los sentimientos amorosos. Asimismo, la obra presenta un rasgo muy propio del romanticismo, que es el gusto por lo lúgubre, lo sobrenatural, etc., que está relacionado con la tendencia melancólica de esta corriente. De este modo, nos encontramos con que Montemar y el espectro de Elvira caminan por calles oscuras y tétricas hasta llegar al cementerio y a un posterior escenario infernal y macabro, lleno de ánimas que asisten al funeral del tenorio. Además, la composición culmina con el descubrimiento del velo de la sombra de Elvira, que resulta ser un terrorífico esqueleto, hecho que resalta el carácter horribilis.


Retomando la temática del amor trágico, nos gustaría comentar ciertos aspectos del cuento romántico “La peña de los enamorados” de Mariano Roca de Togores. Así, en esta composición nos encontramos con una visión muy distinta a la mostrada en El estudiante de Salamanca, pues es una narración que cuenta la historia de dos enamorados, Zulema, princesa granadina, y Fadrique, su esclavo cristiano. De este modo, la imposibilidad de este amor viene suscitada por las diferencias sociales y étnico-raciales existentes entre los protagonistas, quienes se ven obligados a huir para realizar su historia amorosa, hecho que desencadena el final trágico del relato, en el que ambos enamorados mueren de forma trágica.


Por otra parte, nos encontramos con que en este cuento los escenarios quedan muy lejos de lo tenebroso y tétrico, siendo en este caso jardines exóticos y paradisíacos que evocan pasados mejores, escenarios que, en definitiva, contribuyen a resaltar el ambiente de tensión amorosa que se narra en esta historia.


En resumen, vemos pues, que los ejemplos de composiciones anteriormente nombrados nos muestran manifestaciones antitéticas de la misma corriente literaria, la romántica. Es decir, la temática del amor trágico visto, en primer lugar, desde la perspectiva donjuanesca; y en segundo lugar, desde una perspectiva más tradicional, así como la presentación de escenarios tanto lúgubres y tétricos como paradisiacos y evocadores de épocas anteriores.




Comparación de El estudiante de Salamanca y Un caso raro

La obra de Espronceda El estudiante de Salamanca a pesar de estar escrita en verso, fue catalogada en la época como cuento romántico; es por ello por lo que posee similitudes con algunas de las diversas manifestaciones de esa modalidad cuentística. Concretamente, nos vamos a centrar en realizar una comparativa de dicha obra con el cuento Un caso raro de Eugenio de Ochoa.

En primer lugar, son destacables los rasgos generales del cuento romántico que tienen cabida en ambas obras, como por ejemplo,  la primacía del individualismo, la sucesión de hechos extraños o la exaltación de los sentimientos, entre otros.

Para una mejor comprensión de los enlaces que unen a ambas obras, procederemos a desarrollar algunos de los aspectos más relevantes de las mismas. Primeramente, al comienzo de ambas obras se nos presentan a los protagonistas de una manera muy similar, como jóvenes apuestos, adinerados y valientes:
«…En Salamanca famoso por su vida y buen talante, al atrevido estudiante lo señalan entre mil, fuero le da su osadía, le disculpa su riqueza, su generosa nobleza, su hermosura varonil…»
«…Mateo Bergante era pues un  hijo de buena familia y de las más acomodadas del pueblo, un diablo como hasta de 20 años: bueno mozo, valentón…»

Desde el punto de vista social, cabe mencionar la personalidad anticlerical de los personajes, que hacen alarde de la continua profanación de lo divino. Por un lado, las fechorías que Mateo cometía al principio del cuento:
«…él hurtaba con disimulo los vasos sagrados en las capillas, interrumpía al predicador, soltaba una carcajada en medio de la misa…»
 Por su parte, las ateas palabras de don Félix:
«…Dios presume asustarme: ¡ojalá fuera, -dijo entre sí riendo- el diablo mismo! que entonces, vive Dios, quién soy supiera el cornudo monarca del abismo…»

Es, además, notable la continua alusión a lo diabólico en ambas obras y la innata unión de los protagonistas al ángel caído; eso los lleva a un menosprecio de sus propias almas como bien demuestra don Félix cuando dice «…Perdida tengo yo el alma y no me importa un ardite…» y en el caso de Mateo cuando se la vende al mismo diablo a cambio de dos años más de vida.

No obstante, el desenlace de ambas tramas las separan, ya que, la inclusión del ser fantástico (la dama de blanco en El estudiante de Salamanca y el diablo en Un caso raro) a la hora del juicio final de los protagonistas supone para don Félix la condena eterna y para Mateo la salvación. Esto se debe al carácter de cada personaje, mientras que a Mateo Bergante la experiencia cercana a la muerte le sirvió de escarmiento y decidió cambiar su moralidad con la ayuda de un fraile franciscano, en don Félix no se percibe ningún cambio de pensamiento, ni un solo atisbo de arrepentimiento, es más, con el transcurso de la obra se observa un incremento de la osadía y la altivez del estudiante.



Finalmente, cabe decir que, aunque la trama se desarrolle de manera diferente, el tema base es común a ambas obras y son muchos los rasgos que, como hemos visto, comparten y que evidencian la tendencia romántica que en ellas prima.

Alba González González

sábado, 24 de mayo de 2014

El drama romántico de Zorrilla


Cuando hablamos del desenlace de la obra “Don Juan Tenorio” se nos abre una gran cantidad de posibilidades y de interpretaciones. Esta obra de José Zorrilla está compuesta de dos partes, la primera en una noche de carnaval de 1541 y la segunda parte en una noche de 1546, como vemos hay un transcurso de 5 años. Don Juan es la viva imagen de la seducción, es un hombre que encaja perfectamente con el movimiento de la época “romántico”, aunque él no esperaba enamorarse de “Doña Inés” que sólo intenta conquistarla por una apuesta. Realmente la parte que nos resulta relevante para esta entrada, es la segunda parte de la obra.

Don Juan vuelve a Sevilla y se encuentra con una hecatombe familiar, el palacio que antes le pertenecía se ha convertido en panteón, y aquí es cuando empieza el final de la obra, vemos la presencia de la muerte, a través de lugares como el Panteón o el cementerio, estos lugares son muy propios de los románticos, ellos buscan la belleza desde otro punto de vista, por ejemplo lo esotérico, los sentimientos como fuente de pasión y que no dejan razonar a los personajes, el misterio, la muerte. La interpretación de los fantasma durante esa comida tan espectral, es un presagio de lo que va a pasar, Don Juan ya no distingue la realidad de la ficción.


La evolución del personaje a lo largo de la obra es un tanto ambigua, ya que comenzó siendo un hombre ruin y arrogante, al cual solo le interesaba la apuesta y finalmente acude a su cita con la muerte, es más no le asusta porque sabe que es la única forma de vivir su historia de amor con Doña Inés, debe encomendar su alma para la salvación eterna.
  

El drama romántico abre una nueva etapa en el teatro, nos encontramos piezas oscuras, tenues y sombrías que hacen despertar y suscitar la imaginación a un mundo totalmente distinto. Múltiples obras se escribieron en esta época y de muy parecida temática, como es el ejemplo de “Don Álvaro y la fuerza del sino”, se puede encontrar más información  sobre esta obra y su vinculación al romanticismo en la siguiente pagina "aquí". Si habéis leído por encimas las entradas, veréis que es un poco monotemático es siempre lo mismo, el camino de los amantes en las obras románticas están destinadas a un final trágico, la muerte de los amantes, todo se tiñe de sangre y pasión. No pensemos que esto solamente es propio de esta época, actualmente también se da, lo que llamamos comúnmente “el todo por amor”.

jueves, 22 de mayo de 2014

Don Juan: del mito al hombre.

Don Juan: del mito al hombre.



No podemos obviar que el ente literario arquetípico del ‘Don Juan’ es de los más acertados para reflejar, cayendo en la generalización, al hombre español por antonomasia. Aunque es difícil discernir hasta qué punto la creación e invención de este personaje influyó en la tendencia del “donjuanismo” en el hombre español, o si realmente su creador, Tirso de Molina, se inspiró en la idiosincrasia e índole innata de este y la plasmó dejándola patente y haciéndola eterna y atemporal.

Algunos historiadores de la talla de Gregorio Marañón atisbaban la existencia real de Don Juan Tenorio. En cuanto al ámbito literario, el nacimiento del personaje se data en 1630, en la obra del ya mencionado Tirso de Molina El burlador de Sevilla y convidado de piedra. Posteriormente, muchos han sido los autores, de la dimensión de Byron o Moliere, que han llevado al Don Juan a sus páginas, traspasando fronteras, y barreras ideológicas y temporales sobre las que hablaremos ahora.

200 años después, José Zorrilla crea su Don Juan; sigue siendo pícaro, con alma libertina de burlador y a veces, para a la crítica posterior,  un personaje incluso narcisista y caprichoso, además de poseedor de cierta tendencia homosexual. La novedad viene introducida por la humanización que se produce de este personaje: en el final de la obra, el personaje deja entrever que su personalidad sacrílega y alejada de toda purificación, es solo una máscara que tapa la inseguridad del caballero.

 La trama de Zorrilla está enmarcada en una Sevilla en tiempos de carnaval; quizás este marco temporal encarne los dos extremos que se enfrentan en la obra: el carnaval, fiesta originariamente pagana, en la que lo moral y lo social se reducían al libertinaje (representado por Don Juan), y la cuaresma, el tiempo de purificación del espíritu hasta la llegada de la semana santa (representado por Doña Inés). Del amor que profesa Don Juan por Doña Inés nace el afán de salvación del personaje, y el arrepentimiento por las inmoralidades cometidas en su vida anteriormente. 

Por lo tanto, la salvación del alma de Don Juan viene de manos del amor, todo ello regado con la religiosidad procedente de la pluma del autor, porque a pesar de ser romántico, Zorrilla era un hombre creyente que salvó al protagonista de las sombras arrastrado por la luz celestial de la inocente y pura Doña Inés.


lunes, 19 de mayo de 2014

Don Juan Tenorio: del amor a la eternidad

Para el lector que no conozca noticia sobre Don Juan Tenorio y el Romanticismo, a medida que va leyendo la obra del vallisoletano José Zorrilla no imagina el peculiar giro que dará el desenlace del drama.
Esta obra, dividida en dos partes entre las que pasan cinco años, nos presenta el mito de Don Juan, y está basada en la obra de Tirso de Molina El Burlador de Sevilla y convidado de piedra, un drama en el que un joven galán enamora a las mujeres y huye tras seducirlas cometiendo numerosos crímenes; a pesar de ser un libertino está orgulloso de ello porque confía en que antes de morir podrá arrepentirse y ser perdonado por sus fechorías.
Zorrilla introduce algo novedoso al tema donjuanesco, la creación de doña Inés como representación del triunfo del amor frente a la venganza y la muerte. Ella es quien decide la suerte final de don Juan, pues su mediación salvará el alma de su amado. Aquí se diferencia de la obra de Tirso, donde es condenado a sufrir durante toda la eternidad. Observamos pues, la concepción romántica del amor ya que el arrepentimiento final del burlador debido al amor que siente por doña Inés, lo conduce a la eternidad.

“Que el amor salvó a don Juan al pie de la sepultura “

En el último acto de la obra, conocemos que don Juan muere a manos del capitán Centellas, pero no lo sabemos hasta la escena II donde se dice: el capitán te mató a la puerta de tu casa porque tras el enfrentamiento entre ambos no se sabe qué ocurrió y parece ser que don Juan sigue vivo. Estamos ante un mundo de realidad y apariencia,  de confusión entre la vida y la muerte ya que puede asistir a su propio funeral y arrepentirse y así ganar la vida eterna. Sin embargo, don Gonzalo, padre de doña Inés, es un enviado del infierno y  quiere llevárselo como castigo por sus deshonras: do arderás eternamente por tu desenfreno ciego”.

Don Juan intenta creer que podrá salvar su alma (“¡Imposible! ¡En un momento borrar treinta años malditos de crímenes y delitos!”)  hasta que finalmente admite la posibilidad de salvarse y se arrepiente(“señor ten piedad de mi”) apareciendo la sombra de doña Inés para salvarlo. “Dios perdona a don Juan al pie de la sepultura” ,“su fe nos salva”.

El tiempo, al igual que el amor, también es importante y algo característico en la obra, está ligado a los plazos. Un año de plazo entre don Luis y don Juan; un día de tregua para conseguir a doña Inés y doña Ana; y un solo instante para conseguir la eternidad.

A don Juan, en la primera parte de la obra, llena de acción, duelos, peleas... no le importan esos plazos, se burla de ellos. Sin embargo en la segunda parte, donde se dirige la mirada hacia su interior, sí le da importancia al tiempo y a ese plazo para conseguir limpiar su alma y no ir al infierno. Ese tiempo, ese plazo del que antes se burlaba, ese instante que tiene para salvarse, gracias a su arrepentimiento y al amor de doña Inés, lo aprovecha para transformar al demonio en ángel.

“Que si es verdad que un punto de contrición da un alma la salvación de toda una eternidad, yo, Santo Dios, creo en Ti”.


Rosa Santiago Salmerón

Don Juan Tenorio: del ateísmo a la salvación eterna

Don Juan Tenorio es, sin duda, una de las grandes obras de la literatura española de todos los tiempos. Su autor, José Zorrilla, se fue abriendo paso en el mundo literario tras dedicar unos singulares versos en el funeral de su amigo, el también escritor José de Larra; años más tarde llegaría a ocupar un sillón en la Real Academia Española, también fue nombrado director del Teatro Nacional y ha logrado consagrarse como una de las más importantes figuras literarias del Romanticismo Español.

La parte final de la obra posee gran relevancia dentro de la misma ya que le dota de la singularidad gracias a la cual destaca dentro de la doctrina romántica. Bien es verdad que cumple con las principales características de dicho movimiento literario; podemos observar, entre ellas, el ambiente lúgubre del cementerio en el que se desarrolla la acción, la alternancia de realidad y fantasía cuando Don Juan dialoga con los espectros, el alejamiento temporal hacia una época renacentista y la exaltación del subjetivismo y de los sentimientos, principalmente el amor.

No obstante, es destacable la enorme carga religiosa de esta parte final. El drama interior que sufre el protagonista se va desarrollando a medida que transcurre la obra, haciéndonos testigos del enorme cambio de actitud.

A pesar de que la acción se localice en un tiempo lejano, se sitúa en Sevilla, incorporando a su vez lugares costumbristas como tabernas y casas, lo que contribuye a un acercamiento con el lector. No obstante, la obra no carece del gusto por lo lejano, lo abstracto y lo desconocido, propio del drama romántico. Va elaborando, así, un juego de acercamiento y alejamiento de la realidad donde los paisajes son los que nos introducen en el mundo mutable en el que vive Don Juan, en su psique. De esta manera, podemos adentrarnos más en el frenesí de contradicciones que invaden el pensamiento del protagonista, quien al principio defendía su propia ley a expensas de otra ley divina superior, pero ha ido tornando en la parte segunda de la obra cuando comienza a dudar de sus creencias (“Que se aniquila el alma con el cuerpo cuando muere creí… mas hoy mi corazón vacila”), hasta que finalmente va cediendo a la fe, primero arrepintiéndose de sus actos y más tarde pidiendo piedad y confesándose como creyente (“yo, santo Dios, creo en ti; si es mi maldad inaudita, tu piedad es infinita… ¡Señor, ten piedad de mí!”).
Cabe decir que ese cambio de actitud es promovido también por la presión que ejerce el paso fugaz del tiempo; se retoma la idea clásica del “tempos fugit” a través de imágenes como la del reloj de arena o la visión fantástica del entierro del propio protagonista. Esto provoca la desesperación del personaje, que lo refleja en varias intervenciones: “¡Injusto Dios! Tu poder, me haces ahora conocer, cuando tiempo no me das.”, “¡Imposible! ¡En un momento borrar treinta años malditos de crímenes y delitos!”. Infiere, pues, este hecho en su carácter altivo y valeroso, que se ve afectado hasta el punto de que el miedo se apodera de él cuando es consciente del incierto destino que le aguarda.

Por otro lado, destaca que en este mundo antitético también tiene cabida la representación de la lucha del bien y el mal; se hace metafóricamente mediante la lucha de espectros, cuyas manos se pelean por llevar a don Juan hacia el infierno o el cielo.

Esta dualidad ante la que nos hallamos donde se entremezcla sueño y realidad, sentimiento y verdad, tiene sus precedentes en obras como La vida es sueño, con cuyo protagonista posee don Juan gran parecido. También el drama trágico lo comparte con obras anteriores como La Celestina o Romeo y Julieta. No obstante, lo que realmente hace peculiar a esta obra es el cambio de actitud del protagonista al que, a mi parecer, además del vehemente amor de doña Inés, lo ha salvado esa esperanza final que aguarda a la mayoría de seres humanos cuando están en el abismo mortuorio, ese anhelo por querer creer en algo antes de morir para contentarse y aliviarse. 


Alba González González