Podemos
observar cómo los cambios políticos y sociales afectan al individuo y van
incorporándose en la temática literaria. Las diferencias sociales originadas
por el sistema estamental servirán de inspiración para numerosos poetas que, cada vez más, se van a interesar por la preocupación del individuo. Desde el Siglo de Oro ya se va anunciando esta actitud con la incorporación de imágenes costumbristas en el arte, por ejemplo en Romances
y letrillas de Góngora observamos cómo junto a la idealizada imagen de
“donna angelicata” van incorporándose muchachas de barrios y viejas. Este
movimiento se va agudizando más en el siglo XVIII, cuando los autores incluyen
en sus obras a personas de la vida cotidiana en lugar de personajes célebres,
acercándose así a la realidad de la época.

Es
ese desarrollo de la virtud otro tema fundamental de poemas como Los segadores, de Juan Meléndez Valdés,
y En alabanza de un carpintero llamado
Alfonso, escrito por Nicasio Álvarez Cienfuegos. El primero es una poesía
filosófica en la que se exalta la labor del campesino y la armonía de la naturaleza.
El protagonista Plácido entona una canción animando a los jóvenes trabajadores
a segar; en dicha canción se retoma, como en El pastor y el filósofo, el tópico del puer-senex: “De un pobre
anciano ved cómo las manos flacas os dan del trabajo ejemplo y a las vuestras
adelantan (…)”. También se resalta el orgullo por
el trabajo realizado: “Con voces alternadas de la honrosa agricultura resonad
las alabanzas (…)”
En el otro poema mencionado, En
alabanza a un carpintero llamado Alfonso, el poeta llora la muerte de un
carpintero, a través de la cual reivindica la importancia social del trabajador
humilde en contraposición de la nobleza ociosa no virtuosa. Asimismo, cabe
mencionar la importancia que representan en los poemas objetos ordinarios como
la espiga o el escoplo, símbolos del trabajo y la virtud conseguida mediante el
esfuerzo, único consuelo del obrero pobre.
No
obstante, esta escisión social en la que la sociedad humilde es oprimida por la
nobleza y por el despotismo de altos cargos políticos se verá recompensada, en
cierto modo, con la proclamación de la Primera Constitución Española en 1812, hecho
al que cantará Francisco Sánchez Barbero en su poema Patriotismo.
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